Sabía bien que
fuera de los grandes planetas como
la Tierra,
Júpiter, Marte, Venus, que tienen nombre,
hay centenares
de planetas, a veces tan pequeños
que
apenas se les puede ver con el telescopio
El Principito
Antoine de
Saint-Exupéry
Un
cataclismo es una catástrofe, un desastre de grandes proporciones producido en
la tierra por agentes de la naturaleza. El cataclismo tiene, por tanto, una
connotación negativa, pesimista. Sin embargo, esta noción es trastocada a la
inversa cuando el Cataclismo es el de
Catalina Rodríguez Villazón. Hablamos entonces de un Big Bang de creatividad, de una gran explosión de energía, texturas
y colores brillantes que invaden la retina del espectador en forma de
estrellas, nebulosas, galaxias y planetas. El Cataclismo de Catalina nos enfrenta, por tanto, a una auténtica
cosmogonía pictórica en un espacio expositivo llamado, paradójicamente, La Cósmica. No es coincidencia, es el
destino.
En el origen de este universo
artístico es posible rastrear al divulgador científico Carl Sagan y,
especialmente, su exitoso programa de televisión Cosmos: un viaje personal emitido en el año 1980. E. J. Rodríguez le describió con las
siguiente palabras en un artículo para la revista Jot Down: “Carl Sagan
nos hizo mirar hacia las estrellas y darnos cuenta de la magnitud del universo,
en el que ocupamos un rincón infinitesimal. Nos trató, a los ciudadanos de a
pie, como a seres inteligentes y a quienes la ciencia concierne tanto como a
los propios científicos, porque el universo no es patrimonio de los
científicos, sino de cualquiera que pueda alzar sus ojos y contemplar sus
prodigios”.
De mano de Sagan algo
tan complejo e inabarcable como el espacio se mostraba cercano y comprensible a
través de una labor que aunaba el afán de popularización con sus dotes de gran
comunicador. El cosmos que, ateniendo al sublime burkiano “desborda nuestra mente y provoca un sobrecogimiento del sujeto”, entró
entonces en los hogares de las familias de los ochenta a través de la pantalla
de televisión y entra ahora en los visitantes de la exposición a través del
pincel de Catalina.
Cataclismo
presenta
una atmósfera galáctica a base de riqueza cromática y texturas que conforman
superficies planetarias. No son manchas de color, es el universo mismo que se
presenta ante nosotros como visto a través del telescopio espacial Hubble. Es materia pero también es espíritu, porque
esta cosmogonía es fruto, además, de la revolución vital de Catalina vivida
durante los últimos meses. Sus planetas emanan vibraciones anímicas porque,
como exhortaba Kandinsky en De lo
espiritual en el arte, el artista “tiene
que expresar su mundo interior”. Y, si Catalina desprende energía, sus
obras no podían ser menos. Es una de esas personas con luz propia, la misma que
desprenden sus astros de papel y acuarela.
There
is no art without contemplation sentenció Robert Henri
y el universo, al igual que el arte, requiere una actitud contemplativa y de
recogimiento. Pero ésta no es una actitud pasiva sino todo lo contrario. La
contemplación implica una inquietud y la formulación de preguntas que quizás no
tengan respuesta. Así, en Cataclismo,
el cosmos y el arte se fusionan e invitan al espectador a viajar de planeta en
planeta como hizo El Principito. Convirtámonos en astrónomos por un día o, al
menos, durante el rato que visitemos la exposición porque Catalina, como Sagan,
nos aproxima a tocar las estrellas con la mano.
Catalina y su Cataclismo |
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