jueves, 8 de septiembre de 2016

TIERRA DE NADIE, TIERRA DE TODOS

De la naturaleza sublime y de su explotación humana


Cuando Robert Smithson publicó en la revista Artforum en el año 1967 el artículo titulado “Los Monumentos de Passaic. ¿Ha sustituido Passaic a Roma como Ciudad Eterna?”, presentó este pueblo localizado al noroeste de Nueva York y afectado por la industrialización como un lugar pintoresco en la línea de las teorizaciones de Uvedale Price. En Essay on the Picturesque (1794), Price analizó esta categoría estética vinculándola a la naturaleza en aquellos rasgos irregulares y abruptos que la alejaban de toda belleza entendida en el sentido convencional:

“El aspecto de una lisa colina verde, desgarrada por torrentes, puede en principio considerarse  con mucha propiedad como deformada, y por el mismo principio, aunque no con la misma impresión, como una cuchillada en un animal vivo. Cuando la crudeza de una cuchillada así en la tierra se suaviza, y en parte se oculta y adorna por los efectos del tiempo y del aumento de la vegetación, la deformidad, por este proceso natural, se convierte en pintoresco; y esto es lo que sucede con las canteras, con las minas etc., que al principio son deformidades y que, en su estado más pintoresco, son consideradas como tales por un aprendiz de topografía”.

Smithson rescató este texto y relacionó lo pintoresco con los parajes periféricos industrializados. El interés del artista del Land Art por los paisajes antropizados y degradados por la mano del hombre lo materializó en obras como Spiral Jetty, construida en un mar desecado, o Broken Circle y Spiral Hill, ambas en una cantera de arena. 


En Face of Time Cristina Ferrández aborda el paisaje como una construcción cultural y analiza la relación que la sociedad establece con su entorno. Pero, a pesar de la influencia que en su trayectoria artística pueda presentar la figura del propio Smithson, el enfoque de este trabajo nada tiene que ver con una visión pintoresca de las canteras de Portland o de la Patagonia argentina, los dos emplazamientos protagonistas de las fotografías.

El poso ecologista de Ferrández no está presente ni en el Land Art  ni en el Earth Art del que recibe sus influjos. Su interés se centra en mostrar los cambios de los territorios derivados de las intervenciones depredadoras del hombre. Y, de forma paralela a este proceso, revelar la existencia de una Pangea superior a los meros mortales que hacen un uso de ella exclusivamente utilitario. Ésta, representada alegóricamente como una mujer vestida de azul sosteniendo un globo terráqueo, se manifiesta creadora y protectora, reflexiva ante los estratos que sacan a la luz millones y millones de años de formación geológica e incorruptible ante cualquier intento de domesticación mundana.

Gea, en su constante devenir imparable y sublime, hace de la naturaleza un actor activo. El paisaje se convierte en un non finito en perpetua mutabilidad, fluyendo en un eterno movimiento de obligado cumplimiento para los agentes atmosféricos. Pero este work in progress no viene dictado en exclusiva por la Madre Tierra, la mano del sujeto contemporáneo irrumpe modelando el territorio y antropizándolo de forma  instrumental. Así, las transformaciones naturales y artificiales se imbrican a modo de código genético telúrico.


El desarrollismo capitalista crea paisajes de usar y tirar. Colonización, explotación y abandono son las tres fases del proceso. El valor económico prima sobre el ambiental y el estético. “La Tierra es de todos y de nadie. ¿Quién osa erigirse en su dueño?”, parece gritar la diosa. El filósofo Antonio Campillo en uno de sus últimos ensayos publicado por la editorial Herder y titulado “Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global” lo dejó claro:

“Necesitamos comenzar a pensar en el planeta Tierra como en nuestro hogar común, el hogar de todos los humanos y de todos los seres vivientes. Y eso significa que nadie puede apropiárselo en exclusiva para explotarlo y expoliarlo en beneficio propio. Eso quiere decir que hemos de comenzar a reivindicar para el conjunto de la Tierra el estatuto de tierra de nadie. (…) Eso significa que hemos de empezar a reconocernos no como propietarios o soberanos de la Tierra, o de alguna de sus parcelas, sino como simples usufructuarios pasajeros, puesto que hemos de compartirla 
con las demás generaciones humanas y con los demás seres vivientes. 
Eso significa, en fin, que hemos de comenzar a defender como bienes comunes de esta gran Tierra de nadie los mares, los ríos, las montañas, los suelos cultivables, la asombrosa diversidad de plantas y animales, el aire que respiramos…”

En la época de la modernidad líquida proclamada por Zygmunt Bauman nos encontramos también con paisajes líquidos, encadenados a un tránsito continuo que no está sólo motivado por la propia naturaleza sino por el factor humano. Las transformaciones son dicotómicas: erosión natural frente erosión artificial, procesos maquinales frente a procesos orgánicos. Uno es rápido e industrial, el otro es lento y continuado. En ambos casos, aunque a ritmos distintos, el curriculum vitae geológico del territorio sale a la luz y su continuidad pasa por lograr un equilibrio pacífico entre ambos. 


¿El Paisaje ha muerto? ¡Viva el Paisaje!, como proclamó Alain Roger. No hablamos de una vanitas geológica sino de una “Teogonía perenne” que nos enfrenta al paso del tiempo y convierte a éste en la medida de todo paisaje.
La ruina industrial aletargada y en estado de coma, no muestra pintoresquismo sino sublimidad negativa y es subsumida por un paisaje que recupera el lugar preponderante que nunca debió perder en aras de un supuesto progreso.



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