domingo, 5 de junio de 2016

CARTIER-BRESSON O EL OJO DEL SIGLO XX

“Fotografiar es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón”


Los inicios fotográficos de Henri Cartier-Bresson (1908-2004) se sitúan en la década de los años treinta del siglo XX bajo la influencia de la Nouvelle Visión, cuya huella estética se caracterizó por el uso del plano picado y contrapicado, la pureza geométrica, el empleo de disposiciones formales repetitivas y una tendencia a la abstracción. A ello había que sumar la deuda surrealista adquirida tras los años de estudio de Cartier-Bresson en la academia del pintor Lohte.

En 1931 descubrió en un volumen de la revista Arts et Métiers graphiques, una fotografía de Martin Munkácsi en la que tres niños negros corren a zambullirse en las aguas del lago Tanganica. Esta instantánea desató su vocación y le motivó a observar la realidad a través del objetivo: 

“De repente comprendí que la fotografía es capaz de fijar la eternidad en un instante. Es la única foto que me ha influido. En esta imagen hay tanta intensidad, tanta espontaneidad, tanta dicha de vivir, tanta maravilla, que me deslumbra todavía hoy. La perfección de la forma, el sentido de la vida, un escalofrío sin igual.”

Tres chicos en el lago Tanganica,
de Martin Munkácsi

Cartier-Bresson viajó constantemente: África, Hungría, Polonia, Alemania, Italia, España, México… En Nueva York, en la Galería Julien Levy, realizó su primera exposición. Ya en ese momento, una figura de la talla de Walker Evans le alabó y definió como un innovador. Poco después, en 1947, inauguró una retrospectiva en el MOMA que fue fundamental para su reconocimiento internacional. En ese mismo año cofundó la agencia Magnum junto a Robert Capa, David Seymour, George Rodger y William Vandivert. En ella, los autores eran los propietarios de sus imágenes y de sus negativos, y elegían personalmente los reportajes que deseaban hacer. La Magnum se convirtió en un auténtico referente mundial del fotoperiodismo.



Publicó sus fotos en la prensa ilustrada del momento, tanto en periódicos de información general (Vu, Voilà, Regards o Ce Soir) como en la prensa más vanguardista (Verve o Arts et Métiers graphiques). Y, atraído por el cine fue, incluso, asistente de Jean Renoir en filmes como La vida es nuestra (1936), Una salida al campo (1936) y La regla del juego (1939).

En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, Cartier-Bresson abrazó el comunismo y, durante ésta, fue prisionero de los alemanes en un campo de concentración del que escapó al tercer intento regresando a Francia en 1943 como corresponsal de guerra. Documentó la liberación de París en 1944 y, después, siguiendo a las fuerzas aliadas hasta Alemania, fotografió el campo de refugiados de Dessau y el famoso interrogatorio de una confidente de la Gestapo.

Alemania, Dessau, 1945

Tras la guerra sus fotografías se centraron más en los valores humanos y sociales, convirtiéndose en reportero profesional del fotoperiodismo. Su primer destino fue Asia: Bombay, Cachemira, Punjab, Java, Ceilán, Bali. Sus fotografías más emblemáticas las realizó en China. En 1948 recorrió Pekín, Hong Kong, Shanghái y Nankín, y retrató la caída de la China imperialista y los inicios de la era comunista. Más adelante, en 1954 visitó la URSS y sus fotografías de la vida cotidiana moscovita se publicaron en Paris Match y Life.

Portada para la revista Life

Con Cartier-Bresson nos encontramos ante una de las figuras más relevantes de la fotografía del siglo XX. Su observación de la realidad y su forma de reflexionar sobre el medio le han convertido en un auténtico icono de referencia para destacados nombres dentro de la profesión como Elliot Erwit, Chris Killip, Larry Fink, Alex Webb o Dennis Hopper.

Formuló su concepción de la fotografía a través de entrevistas, textos y notas. En el prefacio de su libro Images à la sauvette sentenció: “Debemos situar la cámara en el espacio con relación al objeto, y ahí empieza el gran campo de la composición”. Detrás de sus virtuosos encuadres se observa que la composición fue una de sus constantes preocupaciones. Por ello luchó para que los encuadres de sus imágenes no fuesen modificados en el positivado o en su publicación y, a finales de la década de 1960, exigió que sus fotografías fuesen publicadas con el ribete negro original.

China, Shanghai, 1948-1949

En la década de 1950, formuló su teoría del instante decisivo: “No hay nada en este mundo que no tenga un momento decisivo”, afirmó. La expresión designa el momento preciso en el que las cosas se organizan en una disposición a la vez estética y significativa, que aúna el equilibrio formal y la esencia de la situación. La sublimación de un hecho en su punto culminante: “En fotografía, la creación es cuestión de un instante, un disparo, una respuesta, la de colocarse la cámara en el campo de visión del ojo, de atrapar lo que te ha sorprendido, cazar al vuelo sin trampa, sin dejar que se repita. Al tomar una foto, se pinta un cuadro.” Una parte de las cualidades de la fotografía son buscadas y, otra, queda en manos del azar a la espera de la aparición en escena del elemento dotado de vida, del instante óptimo efímero.

España, Madrid, 1933

Defensor de la fotografía en blanco y negro, su nombre se asocia al de un tipo de cámara: la Leica. De pequeño formato, ligera, manejable, discreta, con una óptica de gran precisión y adaptada al formato de 35 mm de película cinematográfica constituía, literalmente, una “prolongación óptica de su ojo”. Era ideal para observar sin ser observado.

Cronista de su tiempo, Cartier-Bresson fue definido como “el ojo del siglo” por su biógrafo Pierre Assouline. En el 2002, dos años antes de su fallecimiento, se creó en París la Fundación Henri Cartier-Bresson para la conservación de la obra del fotógrafo como uno de los mejores testimonios del siglo XX.

India, Cachemira, 1948

Artículo publicado para Crac! Magazine

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