viernes, 29 de diciembre de 2017

CARTOGRAFÍAS DEL DEVENIR CORPORAL

Las fronteras entre ciencia ficción
y realidad social son una ilusión óptica.
Donna Haraway
(Manifiesto Cyborg, 1985)


¿Qué será de la evolución humana y en qué grado dependerá de la tecnología? ¿Llegaremos a fabricar nuestros propios cuerpos? ¿Qué somos o qué estamos dejando de ser? ¿La hipertecnologización conducirá a la deshumanización? Muchas son las preguntas y demasiado especulativas las respuestas. Lo posthumano camina en las arenas movedizas de un futuro que ya está aquí. Ni utopía ni ciencia ficción. El superhombre de Nietzsche es el cyborg del hoy.

María Castellanos & Alberto Valverde

El ser humano siempre ha recurrido a la tecnología para dar soluciones a las limitaciones del cuerpo. Iván Mejía en su ensayo El cuerpo posthumano afirma: “El cuerpo intervenido por la tecnología es absolutamente tangible en diferentes momentos de la historia. Desde que esta relación, cuerpo-tecnología, se concebía de una manera antagónica, hasta que es posible su triunfal simbiosis. Así, progresivamente, las nuevas máquinas, y todo tipo de dispositivos, se han ido adaptando, introduciendo, o integrando —como los lentes de contacto, los estimuladores cardíacos, u otras prótesis— al cuerpo. Ello, sin referirnos, aún, a los avances científicos como la clonación y la ingeniería genética, que implican cambios sustanciales en el (ex)ser humano y todos los aspectos de la vida.”
La tecnociencia y la biotecnología dibujan nuevas cartografías de un devenir corporal a medio camino entre el imaginario y la realidad. En Ensayo y error del posthumano María Castellanos & Alberto Valverde exploran la relación entre cuerpo, tecnología y arte contemporáneo. Su doble objetivo se centra, en sus propias palabras, en “investigar sobre los nuevos paradigmas de la escultura desde el uso de herramientas de fabricación digital y en indagar acerca de cómo será el futuro humano amplificado por la tecnología, en definitiva, averiguar el porvenir de lo posthumano y establecer de algún modo el canon de ese futuro ser.”


En 1992, tuvo lugar la primera exposición que abordó dicho campo de producción. Titulada Post Human fue organizada por el comisario norteamericano Jeffrey Deitch y en ella participaron diversos artistas que, como Cindy Sherman, Yasumasa Morimura o Kiki Smith, se enfrentaron a la reorganización tecnológica del cuerpo. Está claro que éste, como afirmó Patricia Mayayo, “ha dejado de ser una realidad estable para convertirse en un proyecto cambiante, susceptible de ser reinventado y reconstruido sin cesar, a medio camino entre lo orgánico y la máquina; un cuerpo, en una palabra, posthumano”. 


La literatura y el cine han sido terrenos especialmente fértiles para estas reflexiones. Acaecida la muerte de Dios, Gott ist tot que diría el filósofo alemán, Prometeo le ha sustituido. El hombre se erige en dador de vida. Lo hizo el profesor Spalanzani en El hombre de la arena (1816) de E.T.A. Hoffmann, Frankenstein (1818) en la novela de Mary Shelley, el científico Rotwang en Metrópolis (1926) de Fritz Lang y el doctor Eldon Tyrell en Blade Runner (1982) de Ridley Scott. Los ejemplos son interminables, pero en todos ellos es posible apreciar la dicotomía como eje central del debate: natural/artificial, orgánico/inorgánico, ficción/realidad, mente/cuerpo, hombre/mujer, naturaleza/cultura…
María Castellanos & Alberto Valverde afrontan el proyecto con la mente puesta en superar estas dualidades y como una obra abierta, como un work in progress acorde al propio carácter procesual y de mutación de lo posthumano. Así, el ser resultante no ha sido concebido de forma canónica sino como un “ensayo visual” acerca de cómo podría ser en un futuro no muy lejano. Para llevarlo a cabo crearon su propia herramienta: una impresora 3D de aluminio y metacrilato capaz de imprimir esculturas a escala humana. Previamente escanearon a dos modelos desnudos, uno femenino y otro masculino, en muchas de las ocasiones repitiendo la misma pose en ambos con el objetivo de poder mezclar los cuerpos digitalmente para trasladarlos posteriormente a la impresora.



 En Ensayo y error del posthumano el ser resultante goza de un cerebro de mayor tamaño y el placer sexual le vendría dado por él y por la conexión con el cerebro de otro posthumano. Sus pies prescinden de los dedos y tiene partes vegetativas para poder beneficiarse de algunas de las funciones de las plantas como es la fotosíntesis. La hibridación es premisa fundamental. No es ni hombre ni mujer, sino un ser postgenérico inspirado en el Manifiesto Cyborg (1985) de Donna Haraway para quien el género es una categoría obsoleta.  La importancia del cyborg radica en que liberará a los humanos de su propia condición humana. Es transgresor, un arma política y de reflexión que, en su función salvífica, es capaz de subvertir las dominaciones de raza, sexo y clase simbolizando, asimismo, la lucha y la resistencia ante el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo. Haraway aboga por la “tradición utópica de imaginar un mundo sin géneros, sin génesis y, quizás, sin fin”. Aunque, llegados a este punto, ¿tendría sentido la vida sin la muerte?


El término cyborg (del acrónimo cyber, cibernético y organism, organismo; es decir, organismo cibernético) fue acuñado ya en 1960 por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline para referirse a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres. Francesc Mestres y Josep Vives-Rego en su texto Reflexiones sobre los cyborgs y los robots: Evolución humana y aumentación recogen que Clynes y Kline “llegaron a esa idea después de pensar sobre la necesidad de una relación más íntima entre los humanos y las máquinas en un momento en que empezaba a trazarse la nueva frontera representada por la exploración el espacio. Los creadores del término cyborg pensaban en un proceso de autoconstrucción y mejora humana o aumentación y no en un proceso de creación de novo total y externo al propio ser humano. Esta concepción de cyborg, como humano mejorado o autoconstruido, no coincide con la que se refleja generalmente en las películas de ciencia ficción y que se encuentra en el imaginario social. En estos casos se sobrentiende que los cyborgs han sido fabricados en sofisticados laboratorios futuristas”.
A ello debe añadirse que la literatura y el cine están plagadas de excéntricos científicos que, en un segundo análisis, constituyen figuras herederas de un régimen heteropatriarcal. Desde la misoginia de La Eva Futura de Villiers de l`Isle-Adam a la fabricación de autómatas que perpetúan el rol de la femme fatale como el robot Futura de Metrópolis, llegando hasta la replicante Pris concebida como “un modelo básico de placer”.  El futuro posthumano no es abordado al margen del género de ahí la impronta conceptual que el Manifiesto cyborg de Haraway tiene en el proyecto de María Castellanos & Alberto Valverde en aras de la consecución de su propio sujeto postgénerico.


Ensayo y error del posthumano deconstruye el cuerpo humano borrando fronteras. Los tecnófilos lo admirarán mientras los tecnófobos verán en ello la distopía de una tiranía tecnológica fagocitadora. El dualismo vuelve, ¿estamos ante una mejora de lo orgánico o ante un dominio de la máquina de consecuencias imprevisibles? En nuestras manos queda elegir si posicionarnos del lado de los apocalípticos o de los integrados.




miércoles, 27 de diciembre de 2017

LA CASA ALBERGA EL ENSUEÑO

“La casa es un escenario concreto,
íntimo y único de la vida de cada uno,
mientras que una noción más amplia de
la arquitectura implica generalización,
distancia, abstracción.”

Habitar, Juhani Pallasmaa


Cuando Ella May y Tike Hamlin maldecían su casucha de madera al tiempo que ansiaban una de adobe, posicionaban a la deseada “casa de tierra” y a su antítesis ruinosa en el eje central de sus vidas. De ello se traduce que la casa no sólo es un espacio físico, sino también simbólico. No sólo es una construcción de ladrillos o tablas, sino también de recuerdos y sueños. Su significado va más allá del mero hecho de dar cobijo, es un espacio afectivo que refleja la identidad de quien la habita.
“¿Cuánto tiempo más vamos a quedarnos atrapados en esta vieja cárcel?”. Woody Guthrie ponía en boca de Ella May estas palabras porque en la novela “Una casa de tierra” el hogar dulce hogar no existe salvo en el ensueño.

Lovington (acrílico sobre lienzo, 100 x 100 cm)

En “Somewhere… Nowhere” Mónica Dixon enfrenta al espectador como sujeto habitacional a una doble realidad: la casa onírica frente a la arquitectura abstracta, el hogar quimérico versus un escenario caracterizado por la neutralidad espacial. El primero representado en su aspecto exterior y el segundo de manera interior. El dentro y el fuera deberían tener una continuidad, una complementariedad, pero lo cierto es que estas obras se singularizan precisamente por eso, por la tensión y la dicotomía existente entre ambas partes aun cuando la ausencia del morador sea nexo común en los dos enfoques.  
Es más que probable que Juhani Pallasmaa tenga razón al afirmar que “quizás la idea de hogar no sea en absoluto una noción propia de la arquitectura, sino de la sociología, la psicología y el psicoanálisis”. El hogar dulce hogar está simbolizado por la noción de la «casa onírica» definida por Gaston Bachelard en su libro La poética del espacio. Ésta debería tener un desván y un sótano. El primero corresponde al lugar simbólico donde almacenar los recuerdos agradables, mientras que los desagradables se guardan en el segundo. El prototipo mental de «casa onírica» es condición sine qua non para el arraigo metafísico de su habitante. Para Carl G. Jung, los arquetipos arquitectónicos corresponderían a unas imágenes primigenias vinculadas a experiencias, emociones y asociaciones. Los paisajes con casa de Dixon estarían en esta categoría, mientras que los interiores, protagonizados por conceptos como el espacio y la luz quedarían al margen de esas imágenes universales de la mente humana.

Nowhere nº 5 (acrílico sobre lienzo, 50 x 50 cm)

“La casa alberga el ensueño”, dejó escrito Bachelard. Y es que, para el filósofo francés, “los recuerdos de las antiguas moradas se reviven como ensueños, las moradas del pasado son en nosotros imperecederas”. El hogar originario acompaña al habitante-soñador el resto de sus días a pesar, incluso, de los cambios de domicilio. Porque el ensueño remite a sensaciones, a olores… no tanto a aspectos espaciales y arquitectónicos. Nuestro inconsciente estaría agazapado en la morada primitiva y lo más próximo a ésta sería la casa natal. A lo mejor una de las claves de los paisajes de Mónica Dixon está ahí, en su memoria, en unos escenarios mentales de lugares que no existen o sólo lo hacen en pequeñas dosis como reflejo de algún territorio subsumido en el inconsciente de la pintora y sus orígenes norteamericanos. Grandes planicies, territorios de viento y polvo en Oklahoma, Colorado, Kansas, Nebraska o el Panhandle de Texas en el que vivió Woody Guthrie y que es leitmotiv de su citada novela.  Casas solitarias, aisladas y vulnerables en la amplitud de la llanura merced a los elementos naturales y marcadas por el estigma de un pasado, pero no olvidado, Dust Bowl. Es el paisaje de Guthrie, pero también de John Steinbeck o de la fotografía de Dorothea Lange.

Riverview (acrílico sobre lienzo, 50 x 50 cm)

La arquitectura moderna ha procurado evitar o eliminar la imagen de la «casa onírica». Según Pallamaa “parece haber abandonado por completo la vida y haber huido hacia la pura invención arquitectónica. La arquitectura auténtica representa y refleja un modo de vida, una imagen de la vida. En lugar de eso, los edificios contemporáneos a menudo parecen vacíos y no parecen representar un modo de vida real ni auténtico. La vanguardia arquitectónica contemporánea ha rechazado conscientemente el concepto de hogar”. Bajo nuestra idea sociocultural de casa esperamos que sus espacios estén divididos en salas, dormitorios, baños… pero en los interiores de “Somewhere… Nowhere” eso no ocurre generando inquietud y una cierta desorientación. Cuando uno accede a una vivienda entra en el mundo de quien la habita a través de sus muebles, de sus objetos personales. Aquí no hay nada excepto un juego arquitectónico de luz y espacio. Ni siquiera sabemos si, realmente, se trata de una casa. Podría ser cualquier espacio de tránsito en cualquier edificio de cualquier parte del mundo. Son interiores que no revelan la intimidad del hogar. ¿Una casa deshabitada conserva la condición de casa?

Scape nº 2 (acrílico sobre lienzo, 120 x 120 cm)

 Hay algo en los lienzos de Mónica Dixon que hace al espectador contener la respiración. En un primer momento puede vincularse a su perfección técnica y la atmósfera detenida. Pero la asepsia estética de su trabajo no es la única causante porque, en una segunda lectura, nos hacemos conscientes de que el auténtico punch de sus obras radica en enfrentarnos al habitar en su estado más puro y especulativo. Como sujetos contemporáneos de una sociedad que vive en constante cambio y aceleración, la quietud de estas obras nos traslada a una reflexión metafísica profunda. Ante estas casas que parece no habitar nadie surgen las dudas, ¿es el hombre del presente un hombre sin casa como se preguntó Otto Friedrich Bollnow? Tal vez, como sostiene la filósofa Françoise Collin, “en cierto modo, ahora llevamos nuestra casa a la espalda como el caracol. Nuestro hogar está en cualquier parte que nosotros estemos”. Porque quizás, y volviendo a Bollnow, “habitar más que la posesión de una casa es una disposición espiritual interior del sujeto”. 





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