jueves, 27 de marzo de 2014

LA SUITE VOLLARD: EL DIARIO ÍNTIMO DE PICASSO

          Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) nació en Málaga pero pronto emigró de España y en el año 1900 estaba instalado en París. Su estudio de Bateau-Lavoir en la capital francesa se convirtió en epicentro artístico de la época y en él se reunieron figuras como Apollinaire, Gertrude Stein, Juan Gris, Max Jacob y André Salmon.
Impulsor junto con Georges Braque del desarrollo del Cubismo, escandalizó a sus coetáneos con la novedosa Les demoiselles d`Avignon (1907), obra capital para la Historia del Arte y para el desarrollo de las vanguardias del siglo XX.

Además de pintar, esculpir y realizar collages, Picasso trabajó el grabado de forma constante a lo largo de su carrera. El aguafuerte La comida frugal (1904) es la gran obra maestra de su primera etapa en esta especialidad artística.

         La Suite Vollard debe su nombre a Ambroise Vollard (1866-1939), marchante y amigo personal de Picasso. Fue la figura de mayor influencia sobre el desarrollo del arte moderno, siendo el primer galerista en exponer la obra de Picasso en París en 1901 y quien estimuló la relación del artista con el arte gráfico.
Dotado de intuición, determinación e intrepidez, Vollard descubrió a numerosos artistas entonces desconocidos, actuando como mecenas de noveles promesas. Había representado antes a otros pintores fundamentales como Van Gogh, Gauguin y Cézanne. Digna de mención fue también su faceta como promotor y editor de arte gráfico.


Retrato de Ambroise Vollard

      La serie consta de 100 grabados, realizados entre los años 1930 y 1936. A los 97 grabados que componían la obra originalmente se añadieron, en 1937, tres retratos de Ambroise Vollard.
Algunos de los motivos temáticos tienen su origen en el breve relato de Honoré de Balzac titulado La obra maestra desconocida (1831), cuya lectura impresionó hondamente a Picasso. Pero, en general, las imágenes están vinculadas a los acontecimientos personales de la vida del artista. Son los asuntos autobiográficos que preocuparon a Picasso los que imparten unidad y coherencia a las estampas. En la Suite Vollard plasma sus obsesiones personales. De hecho, Picasso llegaría a confesar: “Mi obra es como un diario”.
Muchos rasgos de su biografía sentimental se reflejan aquí. Es la época de la ruptura de su matrimonio con Olga Koklova (antigua bailarina de los ballets rusos de Diaghilev), de su relación con Marie-Thérèse Walter (entonces menor de edad y para la que Picasso se convierte en el mítico Pigmalión, el escultor cretense que modeló una estatua tan bella que acabó enamorándose de ella) y de su complicada vida con Dora Maar. Es también la época de la guerra civil en España, que afectó de forma profunda al artista y que fue origen de los motivos iconográficos presentes en El Guernica.

Aunque hay un grupo de composiciones de tema libre, los asuntos temáticos pueden organizarse en los siguientes bloques:


El taller del escultor: Constituye el motivo temático más extenso de la serie. Aborda la relación entre el artista y su modelo, así como el erotismo que de este vínculo se desprende. En su musa se reconoce el rostro de su amante Marie-Thérèse Walter, la mujer que le servía de inspiración. Muestran, a su vez, la faceta artística del Picasso escultor.
El influjo del concepto de la "femme-enfant" acuñado por los surrealistas se refleja en estos grabados identificándose a la mujer-niña con Marie Thérèse Walter. Fue André Breton quien le puso en contacto con esta vanguardia. El poema El hermoso navío de Baudelaire, perteneciente a Las flores del mal,  resulta un texto idóneo para acompañar a este grupo de grabados:

“Yo quisiera contarte, voluptuosa hechicera,
Los encantos que adornan a tu edad juvenil;
Yo quisiera pintarte tu belleza en que veo mezclada la mujer con la niña”.


El artista y la modelo

La batalla del amor: Está relacionada con El taller del escultor. En ella, el artista desarrolla la relación erótica, pero aquí adquiere tintes más violentos y agresivos, llegando incluso a representar escenas de violaciones.

Fauno y mujer desnuda

El minotauro: Ser mitológico con cuerpo de hombre y cabeza de toro recurrente en la obra de Picasso. El artista se identifica con él, con su impulso sexual y criminal, pero también con su ternura y soledad, con su sufrimiento. Se trata de un autorretrato indirecto o alter ego. En palabras del marchante Henry Kahnweiler:

"El Minotauro de Picasso, que festeja, ama y se bate, es el propio Picasso. Es a sí mismo a quien quiere mostrar completamente desnudo, en una comunión que él considera completa”
Esta criatura aparece por primera vez en la obra de Picasso en 1928, pero su verdadero interés por esta figura despertó en 1933 cuando Skira fundó la revista surrealista Minotauro. Para la tapa del primer número Picasso creó un Minotauro y una serie de grabados en los que integró al híbrido en escenas de bacanal, en el taller, así como también vencido y moribundo en la arena. En 1935 realizó la Minotauromaquia. Picasso se metamorfoseó en toro con frecuencia en representación de su propia figura en las escenas amorosas de sus obras.


Escena bàquica con minotauro

Rembrandt: Particular homenaje de Picasso a uno de los principales pintores del barroco holandés y maestro del grabado también.

                  Picasso ofrece en la Suite Vollard todo un muestrario de las técnicas de grabado que dominó: punta seca, buril, manera negra, aguafuerte y aguatinta. Esta forma de trabajar es señal del deseo de experimentación formal por parte del artista.
La más utilizada fue el aguafuerte debido a su sencillo aprendizaje, así como por la rapidez e inmediatez en la práctica. La punta de grabar posibilita bastante libertad de trazos, lo que permite obtener gran expresividad.
La punta seca fue otra de las técnicas de grabado empleadas aunque en número reducido si se compara con las resueltas mediante aguafuerte. No superan la decena de estampas las ejecutadas con este procedimiento
Picasso también utilizó distintas versiones del aguatinta, empleando tanto el aguatinta tradicional como el llamado aguatinta al azúcar.
Y, finalmente, puso en práctica la manera negra y, en una estampa, su manejo del buril.
En la mayoría de los grabados es la línea  la que predomina y define la composición. En el resto son el claroscuro y la alternancia de luces y sombras los que adquieren el protagonismo, dominando en las escenas la oscuridad en aras de una mayor expresión.


Rembrandt y cabezas de mujeres

                  La Suite Vollard es una suerte de diario íntimo de Picasso en el que plasma las relaciones entre erotismo, belleza y arte, siendo el artista y la modelo el motivo temático predominante. Las estampas, realizadas mediante diversas técnicas de grabado, muestran de forma soterrada su intimidad, sus pasiones y obsesiones.


Artículo publicado para Crac! Magazine Notas 

miércoles, 12 de marzo de 2014

JEAN-AUGUSTE-DOMINIQUE INGRES. ENTRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD


Autorretrato, 1804.
         Ingres (1780, Montauban-1867, París) demostró excelentes dotes para el dibujo siendo un niño de corta edad. Desde muy joven se autorretrató en numerosas ocasiones reflejando la autoconciencia y autoestima que tuvo de sí mismo como artista, como pintor que quiso dejar huella con su obra y ser recordado en el futuro. En un Autorretrato de 1804 se representa de medio cuerpo, mirando al espectador y situado ante el caballete.
En 1797 viajó a París y entró en el taller de David. En 1801 recibió el Prix de Roma, pero no pudo establecerse en la ciudad italiana a disfrutar de la beca obtenida debido a las dificultades económicas que estaba atravesando. Ganó el premio con un trabajo puramente académico y clasicista titulado Embajadores de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles. En Italia se asentó después, entre 1807 y 1824, realizando estancias en Roma, Nápoles y Florencia.


Embajadores de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles, 1801.

Su deuda artística con David fue profunda, empapándose de obras como El Juramento de los Horacios y El rapto de las Sabinas. En sus biografías se llega a citar la anécdota de que Ingres colaboró con David en el retrato de Madame Récamier, pintando el escabel y el candelabro. Hay autores que llegan incluso a señalar que habría participado también en la ejecución de la propia modelo.
Los seguidores de David no practicaron un Neoclasicismo puro, fueron abriendo camino al Romanticismo, por ello la principal temática de historia antigua (asuntos directamente inspirados de la literatura griega y la historia de la Roma republicana) de fin ejemplarizante dejó paso a los asuntos mitológicos.
Ingres descubrió, a través de David, la importancia del arte antiguo y de la pintura de Rafael. Y, más tarde, afianzó ambos aspectos con las estancias en Italia.
En su retina quedaron grabadas las obras de Rafael, Tiziano, Correggio y Watteau. Siendo Rafael su modelo del ideal de belleza y una de sus primordiales influencias. La devoción hacia el artista italiano fue tal que inmortalizó su figura en la obra Rafael y la Fornarina (1814).


Rafael y la Fornarina, 1814.

Fue poseedor de un estilo inconfundiblemente personal, caracterizado por el entrecruzamiento de dos propuestas estilísticas: Neoclasicismo y Romanticismo. La oposición de ambos lenguajes pictóricos no fue materializada de forma plena, puesto que en gran parte de las obras se entremezclan y conviven los dos estilos en distintas dosis. Su manera resulta complicada de definir. En cuanto a estilo es sucesor del Neoclasicismo de David y, en cuanto a determinadas iconografías y sensibilidades, del Romanticismo. La referencia al Romanticismo podría decirse que es temática, no formal. Conviene señalar que el Romanticismo, más que un estilo artístico, es todo un movimiento que aboga por la subjetividad y el individualismo, rechazando el academicismo en la búsqueda de nociones vinculadas a lo sublime, lo pintoresco o lo exótico como un modo de evasión de la realidad circundante.
                  Para Ingres, siguiendo la teoría estética neoclásica, el dibujo es el elemento esencial de la pintura. Defendió el predominio de la línea sobre el color, llegando a afirmar lo siguiente:

             “El dibujo comprende tres cuartas partes y media de lo que constituye la  pintura” 

Formalmente su pintura aúna características clásicas: color supeditado a dibujo, acabado preciosista, así como un detallismo pulcro y refinado.

Sus fuentes de inspiración son variadas: La antigüedad grecorromana (la escultura, los vasos cerámicos griegos y la mitología clásica), los textos literarios de Homero (Ilíada y Odisea), Virgilio (Eneida), Ovidio, Dante (La Divina Comedia), Ariosto (Orlando  Furioso) y Vasari  (Las Vidas de artistas), así como la música Gluck y Mozart.
La obra La apoteosis de Homero (1827), auténtica galería de efigies de artistas, supone un homenaje a todas sus influencias. Remitiendo, de forma clara, a la Escuela de Atenas, de Rafael. En esta pintura, a la cabeza y siendo coronado por la figura alada de la Victoria, Ingres representa a Homero. El resto de la obra lo configuran un grupo de figuras dispuestas en una escalinata con inscripciones en griego y latín, ante un templo jónico. Están todos aquellos genios a los que el artista quiso rendir culto: Apeles, Fidias, Rafael, Miguel Ángel, Poussin… entre literatos como Dante y Molière y músicos como Gluck y Mozart.


La Apoteosis de Homero, 1827.

Fueron especialmente reconocidos y valorados sus retratos. Monarcas, aristócratas, nobles y burgueses fueron inmortalizados por su pincel. Estos retratos destacan por el parecido fisionómico y la captación psicológica, además de reflejar a la perfección la condición social del representado. Son elegantes, reposados y minuciosos, sobresaliendo por el detallismo del mobiliario, la indumentaria y los complementos. Ingres sintió predilección por el formato ovalado, aunque también realizó tondos y alguno en el habitual formato rectangular. El retrato de Madame Rivière es una de sus cumbres en este género.


Madame Rivière, 1805.

Abordó el desnudo femenino en múltiples ocasiones. El cuerpo de la mujer, con sus curvas y sensualidad inspiradora, fue uno de sus principales impulsos creativos. Son obras que dejan patente la sutileza del erotismo y en las que convierte al espectador en un auténtico voyeur. Ingres demostró una especial sensibilidad hacia el mundo femenino. Y, si bien la temática de las odaliscas responde ya a ese deseo romántico de búsqueda de lo exótico, desde el punto de vista formal son desnudos que destacan por su trazado lineal. El leit-motiv del desnudo femenino de espaldas de La Bañista de Valpinçon (1808) reaparecerá en El baño turco (1849-1863). También La Gran Odalisca (1814) será representada así, aunque en este caso girando la cabeza hacia en espectador.


La Bañista de Valpiçon, 1808.

      Ingres fue un artista precoz de marcada personalidad estética. Su obra, por combinar rasgos neoclásicos y románticos, puede generar dudas de clasificación estilística, pero nunca de calidad pictórica pues destacan por la laboriosidad y el perfeccionismo de ejecución, así como por una elegancia formal plagada de detalles exquisitos. El propio Baudelaire le dedicó loables palabras:

“Las obras del señor Ingres, que son el resultado de una atención excesiva, quieren una atención igual para ser comprendidas”.

      Es posible admirar la estela de Ingres en Degas y Picasso, en los desnudos de muchachas del primero; y en las bañistas del segundo.
También la fotografía del siglo XX le rindió variados homenajes: Man Ray en El violín de Ingres (1924) recurrió a la espalda desnuda de una mujer sentada  como La Bañista de Valpinçon y añadió en sus riñones las aberturas de una caja de violín. Debe recordarse que Ingres tocaba este instrumento, llegando a ser violín segundo del cuarteto formado en Roma por Paganini.
Otros ejemplos fotográficos los localizamos en la Odalisca (1943), de Horst P. Horst y en Homenaje a Ingres (1990) de David Hamilton.


Man Ray, El Violín de Ingres, 1924.

P. Horst, Odalisca, 1943

David Hamilton, Homenaje a Ingres, 1990.


BIBLIOGRAFÍA:

CLARK, K.: La rebelión romántica. El arte romántico frente al clásico. Alianza Editorial, Madrid, 1990.
GARCÍA GUATAS, M.: Jean-Auguste-Dominique Ingres. Historia 16, Madrid, 1993.
GRIMME, K.H.: Ingres. Taschen, Madrid, 2006.
GUILLÉN, E.: Retratos del genio. El culto a la personalidad artística en el siglo XIX. Ensayos Arte Cátedra, Madrid, 2007.


Artículo publicado para CRAC # 9 NEOCLASICISMO