Autorretrato, 1804. |
Ingres (1780, Montauban-1867, París) demostró
excelentes dotes para el dibujo siendo un niño de corta edad. Desde muy joven
se autorretrató en numerosas ocasiones reflejando la autoconciencia y
autoestima que tuvo de sí mismo como artista, como pintor que quiso dejar
huella con su obra y ser recordado en el futuro. En un Autorretrato de 1804 se
representa de medio cuerpo, mirando al espectador y situado ante el caballete.
En 1797 viajó a París y entró en el
taller de David. En 1801 recibió el Prix
de Roma, pero no pudo establecerse en la ciudad italiana a disfrutar de la
beca obtenida debido a las dificultades económicas que estaba atravesando. Ganó
el premio con un trabajo puramente académico y clasicista titulado Embajadores
de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles. En Italia se asentó
después, entre 1807 y 1824, realizando estancias en Roma, Nápoles y Florencia.
Embajadores de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles, 1801. |
Su deuda artística con David fue
profunda, empapándose de obras como El Juramento de los Horacios y El
rapto de las Sabinas. En sus biografías se llega a citar la anécdota de
que Ingres colaboró con David en el retrato de Madame Récamier, pintando
el escabel y el candelabro. Hay autores que llegan incluso a señalar que habría
participado también en la ejecución de la propia modelo.
Los seguidores de David no practicaron
un Neoclasicismo puro, fueron abriendo camino al Romanticismo, por ello la
principal temática de historia antigua (asuntos directamente inspirados de la
literatura griega y la historia de la Roma republicana) de fin ejemplarizante
dejó paso a los asuntos mitológicos.
Ingres descubrió, a través de David, la
importancia del arte antiguo y de la pintura de Rafael. Y, más tarde, afianzó
ambos aspectos con las estancias en Italia.
En su retina
quedaron grabadas las obras de Rafael, Tiziano, Correggio y Watteau. Siendo Rafael
su modelo del ideal de belleza y una de sus primordiales influencias. La
devoción hacia el artista italiano fue tal que inmortalizó su figura en la obra
Rafael
y la Fornarina (1814).
Rafael y la Fornarina, 1814. |
Fue poseedor de
un estilo inconfundiblemente personal, caracterizado por el entrecruzamiento de
dos propuestas estilísticas: Neoclasicismo y Romanticismo. La oposición de
ambos lenguajes pictóricos no fue materializada de forma plena, puesto que en
gran parte de las obras se entremezclan y conviven los dos estilos en distintas
dosis. Su manera resulta complicada de definir. En cuanto a estilo es sucesor
del Neoclasicismo de David y, en cuanto a determinadas iconografías y
sensibilidades, del Romanticismo. La referencia al Romanticismo podría decirse
que es temática, no formal. Conviene señalar que el Romanticismo, más que un
estilo artístico, es todo un movimiento que aboga por la subjetividad y el
individualismo, rechazando el academicismo en la búsqueda de nociones
vinculadas a lo sublime, lo pintoresco o lo exótico como un modo de evasión de
la realidad circundante.
Para Ingres, siguiendo la
teoría estética neoclásica, el dibujo es el elemento esencial de la pintura. Defendió
el predominio de la línea sobre el color, llegando a afirmar lo siguiente:
“El dibujo comprende tres cuartas partes y media de
lo que constituye la pintura”
Formalmente su
pintura aúna características clásicas: color supeditado a dibujo, acabado
preciosista, así como un detallismo pulcro y refinado.
Sus fuentes de inspiración son variadas:
La antigüedad grecorromana (la escultura, los vasos cerámicos griegos y la
mitología clásica), los textos literarios de Homero (Ilíada y Odisea),
Virgilio (Eneida), Ovidio, Dante (La Divina Comedia), Ariosto (Orlando
Furioso) y Vasari (Las Vidas de artistas), así como la
música Gluck y Mozart.
La obra La
apoteosis de Homero (1827), auténtica galería de efigies de artistas,
supone un homenaje a todas sus influencias. Remitiendo, de forma clara, a la Escuela de Atenas, de Rafael. En esta
pintura, a la cabeza y siendo coronado por la figura alada de la Victoria,
Ingres representa a Homero. El resto de la obra lo configuran un grupo de
figuras dispuestas en una escalinata con inscripciones en griego y latín, ante
un templo jónico. Están todos aquellos genios a los que el artista quiso rendir
culto: Apeles, Fidias, Rafael, Miguel Ángel, Poussin… entre literatos como
Dante y Molière y músicos como Gluck y Mozart.
La Apoteosis de Homero, 1827. |
Fueron
especialmente reconocidos y valorados sus retratos. Monarcas, aristócratas,
nobles y burgueses fueron inmortalizados por su pincel. Estos retratos destacan
por el parecido fisionómico y la captación psicológica, además de reflejar a la
perfección la condición social del representado. Son elegantes, reposados y minuciosos,
sobresaliendo por el detallismo del mobiliario, la indumentaria y los
complementos. Ingres sintió predilección por el formato ovalado, aunque también
realizó tondos y alguno en el habitual formato rectangular. El retrato de Madame
Rivière es una de sus cumbres en este género.
Madame Rivière, 1805. |
Abordó el
desnudo femenino en múltiples ocasiones. El cuerpo de la mujer, con sus curvas
y sensualidad inspiradora, fue uno de sus principales impulsos creativos. Son
obras que dejan patente la sutileza del erotismo y en las que convierte al
espectador en un auténtico voyeur.
Ingres demostró una especial sensibilidad hacia el mundo femenino. Y, si bien
la temática de las odaliscas responde ya a ese deseo romántico de búsqueda de
lo exótico, desde el punto de vista formal son desnudos que destacan por su
trazado lineal. El leit-motiv del
desnudo femenino de espaldas de La Bañista de Valpinçon (1808)
reaparecerá en El baño turco (1849-1863). También La Gran Odalisca (1814) será
representada así, aunque en este caso girando la cabeza hacia en espectador.
La Bañista de Valpiçon, 1808. |
Ingres fue un artista precoz
de marcada personalidad estética. Su obra, por combinar rasgos neoclásicos y
románticos, puede generar dudas de clasificación estilística, pero nunca de
calidad pictórica pues destacan por la laboriosidad y el perfeccionismo de
ejecución, así como por una elegancia formal plagada de detalles exquisitos.
El propio Baudelaire
le dedicó loables palabras:
“Las obras del señor Ingres, que son el resultado de
una atención excesiva, quieren una atención igual para ser comprendidas”.
Es posible admirar la estela
de Ingres en Degas y Picasso, en los desnudos de muchachas del primero; y en
las bañistas del segundo.
También la fotografía del siglo XX le
rindió variados homenajes: Man Ray
en El
violín de Ingres (1924) recurrió a la espalda desnuda de una mujer
sentada como La Bañista de Valpinçon y
añadió en sus riñones las aberturas de una caja de violín. Debe recordarse que
Ingres tocaba este instrumento, llegando a ser violín segundo del cuarteto
formado en Roma por Paganini.
Otros ejemplos
fotográficos los localizamos en la Odalisca (1943), de Horst P. Horst y en Homenaje
a Ingres (1990) de David
Hamilton.
Man Ray, El Violín de Ingres, 1924. |
P. Horst, Odalisca, 1943 |
David Hamilton, Homenaje a Ingres, 1990. |
BIBLIOGRAFÍA:
CLARK, K.: La
rebelión romántica. El arte romántico frente al clásico. Alianza Editorial,
Madrid, 1990.
GARCÍA GUATAS,
M.: Jean-Auguste-Dominique Ingres.
Historia 16, Madrid, 1993.
GRIMME, K.H.: Ingres. Taschen, Madrid, 2006.
GUILLÉN, E.: Retratos del genio. El culto a la
personalidad artística en el siglo XIX. Ensayos Arte Cátedra, Madrid, 2007.
Artículo publicado para CRAC # 9 NEOCLASICISMO
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