miércoles, 12 de marzo de 2014

JEAN-AUGUSTE-DOMINIQUE INGRES. ENTRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD


Autorretrato, 1804.
         Ingres (1780, Montauban-1867, París) demostró excelentes dotes para el dibujo siendo un niño de corta edad. Desde muy joven se autorretrató en numerosas ocasiones reflejando la autoconciencia y autoestima que tuvo de sí mismo como artista, como pintor que quiso dejar huella con su obra y ser recordado en el futuro. En un Autorretrato de 1804 se representa de medio cuerpo, mirando al espectador y situado ante el caballete.
En 1797 viajó a París y entró en el taller de David. En 1801 recibió el Prix de Roma, pero no pudo establecerse en la ciudad italiana a disfrutar de la beca obtenida debido a las dificultades económicas que estaba atravesando. Ganó el premio con un trabajo puramente académico y clasicista titulado Embajadores de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles. En Italia se asentó después, entre 1807 y 1824, realizando estancias en Roma, Nápoles y Florencia.


Embajadores de Agamenón enviados para apaciguar a Aquiles, 1801.

Su deuda artística con David fue profunda, empapándose de obras como El Juramento de los Horacios y El rapto de las Sabinas. En sus biografías se llega a citar la anécdota de que Ingres colaboró con David en el retrato de Madame Récamier, pintando el escabel y el candelabro. Hay autores que llegan incluso a señalar que habría participado también en la ejecución de la propia modelo.
Los seguidores de David no practicaron un Neoclasicismo puro, fueron abriendo camino al Romanticismo, por ello la principal temática de historia antigua (asuntos directamente inspirados de la literatura griega y la historia de la Roma republicana) de fin ejemplarizante dejó paso a los asuntos mitológicos.
Ingres descubrió, a través de David, la importancia del arte antiguo y de la pintura de Rafael. Y, más tarde, afianzó ambos aspectos con las estancias en Italia.
En su retina quedaron grabadas las obras de Rafael, Tiziano, Correggio y Watteau. Siendo Rafael su modelo del ideal de belleza y una de sus primordiales influencias. La devoción hacia el artista italiano fue tal que inmortalizó su figura en la obra Rafael y la Fornarina (1814).


Rafael y la Fornarina, 1814.

Fue poseedor de un estilo inconfundiblemente personal, caracterizado por el entrecruzamiento de dos propuestas estilísticas: Neoclasicismo y Romanticismo. La oposición de ambos lenguajes pictóricos no fue materializada de forma plena, puesto que en gran parte de las obras se entremezclan y conviven los dos estilos en distintas dosis. Su manera resulta complicada de definir. En cuanto a estilo es sucesor del Neoclasicismo de David y, en cuanto a determinadas iconografías y sensibilidades, del Romanticismo. La referencia al Romanticismo podría decirse que es temática, no formal. Conviene señalar que el Romanticismo, más que un estilo artístico, es todo un movimiento que aboga por la subjetividad y el individualismo, rechazando el academicismo en la búsqueda de nociones vinculadas a lo sublime, lo pintoresco o lo exótico como un modo de evasión de la realidad circundante.
                  Para Ingres, siguiendo la teoría estética neoclásica, el dibujo es el elemento esencial de la pintura. Defendió el predominio de la línea sobre el color, llegando a afirmar lo siguiente:

             “El dibujo comprende tres cuartas partes y media de lo que constituye la  pintura” 

Formalmente su pintura aúna características clásicas: color supeditado a dibujo, acabado preciosista, así como un detallismo pulcro y refinado.

Sus fuentes de inspiración son variadas: La antigüedad grecorromana (la escultura, los vasos cerámicos griegos y la mitología clásica), los textos literarios de Homero (Ilíada y Odisea), Virgilio (Eneida), Ovidio, Dante (La Divina Comedia), Ariosto (Orlando  Furioso) y Vasari  (Las Vidas de artistas), así como la música Gluck y Mozart.
La obra La apoteosis de Homero (1827), auténtica galería de efigies de artistas, supone un homenaje a todas sus influencias. Remitiendo, de forma clara, a la Escuela de Atenas, de Rafael. En esta pintura, a la cabeza y siendo coronado por la figura alada de la Victoria, Ingres representa a Homero. El resto de la obra lo configuran un grupo de figuras dispuestas en una escalinata con inscripciones en griego y latín, ante un templo jónico. Están todos aquellos genios a los que el artista quiso rendir culto: Apeles, Fidias, Rafael, Miguel Ángel, Poussin… entre literatos como Dante y Molière y músicos como Gluck y Mozart.


La Apoteosis de Homero, 1827.

Fueron especialmente reconocidos y valorados sus retratos. Monarcas, aristócratas, nobles y burgueses fueron inmortalizados por su pincel. Estos retratos destacan por el parecido fisionómico y la captación psicológica, además de reflejar a la perfección la condición social del representado. Son elegantes, reposados y minuciosos, sobresaliendo por el detallismo del mobiliario, la indumentaria y los complementos. Ingres sintió predilección por el formato ovalado, aunque también realizó tondos y alguno en el habitual formato rectangular. El retrato de Madame Rivière es una de sus cumbres en este género.


Madame Rivière, 1805.

Abordó el desnudo femenino en múltiples ocasiones. El cuerpo de la mujer, con sus curvas y sensualidad inspiradora, fue uno de sus principales impulsos creativos. Son obras que dejan patente la sutileza del erotismo y en las que convierte al espectador en un auténtico voyeur. Ingres demostró una especial sensibilidad hacia el mundo femenino. Y, si bien la temática de las odaliscas responde ya a ese deseo romántico de búsqueda de lo exótico, desde el punto de vista formal son desnudos que destacan por su trazado lineal. El leit-motiv del desnudo femenino de espaldas de La Bañista de Valpinçon (1808) reaparecerá en El baño turco (1849-1863). También La Gran Odalisca (1814) será representada así, aunque en este caso girando la cabeza hacia en espectador.


La Bañista de Valpiçon, 1808.

      Ingres fue un artista precoz de marcada personalidad estética. Su obra, por combinar rasgos neoclásicos y románticos, puede generar dudas de clasificación estilística, pero nunca de calidad pictórica pues destacan por la laboriosidad y el perfeccionismo de ejecución, así como por una elegancia formal plagada de detalles exquisitos. El propio Baudelaire le dedicó loables palabras:

“Las obras del señor Ingres, que son el resultado de una atención excesiva, quieren una atención igual para ser comprendidas”.

      Es posible admirar la estela de Ingres en Degas y Picasso, en los desnudos de muchachas del primero; y en las bañistas del segundo.
También la fotografía del siglo XX le rindió variados homenajes: Man Ray en El violín de Ingres (1924) recurrió a la espalda desnuda de una mujer sentada  como La Bañista de Valpinçon y añadió en sus riñones las aberturas de una caja de violín. Debe recordarse que Ingres tocaba este instrumento, llegando a ser violín segundo del cuarteto formado en Roma por Paganini.
Otros ejemplos fotográficos los localizamos en la Odalisca (1943), de Horst P. Horst y en Homenaje a Ingres (1990) de David Hamilton.


Man Ray, El Violín de Ingres, 1924.

P. Horst, Odalisca, 1943

David Hamilton, Homenaje a Ingres, 1990.


BIBLIOGRAFÍA:

CLARK, K.: La rebelión romántica. El arte romántico frente al clásico. Alianza Editorial, Madrid, 1990.
GARCÍA GUATAS, M.: Jean-Auguste-Dominique Ingres. Historia 16, Madrid, 1993.
GRIMME, K.H.: Ingres. Taschen, Madrid, 2006.
GUILLÉN, E.: Retratos del genio. El culto a la personalidad artística en el siglo XIX. Ensayos Arte Cátedra, Madrid, 2007.


Artículo publicado para CRAC # 9 NEOCLASICISMO


No hay comentarios:

Publicar un comentario