Juan
Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) artista de reconocido prestigio internacional,
es considerado uno de los renovadores de la escultura contemporánea. Como creador
prolífico evolucionó de la escultura a la instalación, realizando también
dibujos y obras radiofónicas, además de aportar escritos.
Fallecido
prematuramente en un momento álgido de su carrera profesional, estaba casado
con la también escultora Cristina Iglesias.
Una
beca del British Council le permitió establecerse en Londres y otra beca, la
Fullbright, facilitó en el año 1981 su estancia en Nueva York.
Realizó
su primera exposición individual en 1984 y dos años más tarde, en 1986, acude a
la Bienal de Venecia. Fue el primer artista español que expuso en la Sala de
Turbinas de la Tate Modern y recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas en
España en el año 2000.
Además
de la influencia de Mario Merz, artista con el que trabajó como asistente, Muñoz
afirmó sentirse cercano a la obra de Jannis Kounellis.
En su trabajo es
posible rastrear sólidas referencias a la Historia del Arte, vinculaciones
literarias con la obra de José Luis Borges y reminiscencias del mundo de la
magia y el ilusionismo.
Poseedor de una estética personal, Juan
Muñoz realiza una escultura narrativa de fuerte impronta conceptual e
implicaciones psicológicas que incitan a la reflexión.
Sus
instalaciones remiten a la tradición del tableau
vivant y están conformadas por coreografías de esculturas-actores y
decorados arquitectónicos que aportan a las figuras un marco de referencia.
Estudiadas escenografías
teatrales que configuran realidades ambiguas y juegan con las perspectivas y
las sombras. En ellas resulta fundamental la relación figura-contexto así como la
dicotomía psicológica que provoca en el espectador la dualidad espacio
real-espacio ficticio. El artista aclaró al respecto:
“Me gustaría que el espectador pudiera entrar en la
obra de arte como un actor entra en su propia escena… Me gustaría que quien
acude a una exposición, ya sea en un museo o en una galería, se comportara como
lo haría un actor, un actor inmóvil”.
Conversación (1994) |
Las figuras
(solitarias, en pareja, grupos reducidos o en multitud) ignoran al visitante. Son
acróbatas, bailarinas, enanos, muñecos de ventrílocuo, personajes de rasgos
orientales… realizados en resina, bronce o papier-mâché.
De rasgos físicos despersonalizados, rostros desdibujados y sin individualizar,
se presentan ensimismadas y misteriosas, provocando extrañas atmósferas y una sensación
de inquietud en el observador, que puede pasear entre ellas pasando a formar
parte de la propia instalación como si de un elemento más del conjunto se
tratase.
A lo largo de su producción
es posible observar la evolución de la figura humana. En la década de los años
80 es casi inexistente, si bien su ausencia no omite la presencia de la misma
de forma indirecta. El protagonismo lo tienen los elementos arquitectónicos
como los balcones deshabitados de la obra “Hotel Declercq” (1986). Posteriormente
las esculturas, humanas de cintura para arriba, muestran la parte inferior semiesférica,
bulbosa. Siendo características las llamadas “escenas de conversación”, constituidas por grupos de esculturas
que, a pesar de encontrarse en pausa, parecen interactuar unas con otras. Finalmente,
a mediados de los 90, la forma humana es total.
The Wasteland (1987) |
Fueron motivo recurrente en su obra los
suelos ópticos e ilusorios conformados a base de motivos geométricos pintados o
configurados por medio de baldosas. Ambientes que remiten estéticamente a las
perspectivas de los cuadros renacentistas, a la arquitectura barroca (siendo
ejemplo de ello el Palazzo Spada de
Borromini, en Roma) y a los interiores domésticos de la pintura holandesa del
siglo XVII de Vermeer de Delft, Pieter de Hooch o Jan Steen.
Entre ellas
destaca The Wasteland (1987), en la que encontramos un muñeco de
ventrílocuo realizado en papier-mâché
sentado en una estantería de bronce. La ausente figura es de reducido tamaño
contrastando con las dimensiones de la instalación, lo cual genera un espacio
de fuertes connotaciones conceptuales. A ello se suman las distorsiones de la
perspectiva del suelo que provocan sensación de inestabilidad y desorientación
en el espectador.
Aislamiento, imposibilidad de
comunicación o ausencia total de ésta, soledad, alienación… Sentimientos todos
presentes en su escultura y que llevan a reflexionar sobre la condición humana
del individuo contemporáneo. Así, la carga psicológica de su trabajo, guarda
vinculación con lo surreal y lo onírico pero también con la literatura
existencialista. Siguiendo esta orientación resulta clarificador detener la
atención en dos piezas de su producción: Una figura (2000) y Figura
colgada (2001).
Una figura (2000) |
Una figura (2000) muestra
a un hombre mirándose al espejo. Éste es un elemento que aparece con bastante
frecuencia en su obra creando interesantes juegos espaciales, puesto que no
sólo se refleja la figura, sino también el espectador y el espacio circundante.
El espejo expresa la alteridad y, por otro lado, hace recordar reflexiones de
la filosofía existencialista. Jean-Paul Sartre recoge en su novela La náusea (1938) varios momentos en los
que el YO se enfrenta al espejo:
“En la pared hay un agujero blanco, el
espejo. Es una trampa.
Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está.
La cosa gris acaba de aparecer en el espejo.
Me acerco y la miro; ya no puedo irme. Es
el reflejo de mi rostro.
A menudo en estos días perdidos, me
quedo contemplándolo.
No comprendo nada en este rostro. Los de
los otros tienen un sentido.
El mío, no”.
Figura colgada (2001) |
Figura colgando (2001) es una
pieza que provoca un fuerte impacto visual. Está suspendida en el vacío como por
un truco de prestidigitador, colgando del techo por una cuerda que le sale de
la boca en una posición forzada y en tensión que genera sensación de
incomodidad en el observador. La configuración de pies y manos crea una
composición escultórica en rombo o doble triángulo. La tensión y el desasosiego
parecen invadir a la escultura y trasladarse luego al espectador.
El
referente de la pieza remite directamente al pintor impresionista Edgar Degas y
su óleo “Mademoiselle Lala en el Circo
Fernando” (1879). Esta obra destaca por la destreza mostrada por el artista
para captar lo fugaz del movimiento de la trapecista y congelarlo en el
instante preciso. La figura femenina, en suspensión, realiza un número en el
que con su boca se sujeta a una cuerda que forma parte de un aparato que la
elevará a la cúpula del circo. Degas la capta desde un punto de vista bajo, en
contrapicado, reminiscencia de la llamada perspectiva “sotto in sú” barroca.
De
interpretación abierta, el significado de la figura humana grisácea de Muñoz es
ambiguo para nosotros. Más allá del truco ilusionista
podría tratarse de una metáfora sobre la reflexión existencial.
Para Juan Muñoz “la obra es tanto la solución como su búsqueda”. Auténtico aserto
artístico por el cual proceso creativo y resultado final constituirían las dos
caras de la misma moneda.
La ubicación de
sus esculturas en el espacio arquitectónico es fundamental, pues crea entornos
psicológicos que implican de forma directa al espectador, que se enfrenta así a
una obra enigmática y de contenido complejo que aborda los fantasmas que
generan ansiedad y vacío en el individuo moderno. Su obra agita nuestra mente
enfrentándonos a múltiples interrogantes.
Artículo
publicado para Crac! Magazine Notas
No hay comentarios:
Publicar un comentario