lunes, 10 de febrero de 2014

EL TEATRO ESCULTÓRICO DE JUAN MUÑOZ

       Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) artista de reconocido prestigio internacional, es considerado uno de los renovadores de la escultura contemporánea. Como creador prolífico evolucionó de la escultura a la instalación, realizando también dibujos y obras radiofónicas, además de aportar escritos.
Fallecido prematuramente en un momento álgido de su carrera profesional, estaba casado con la también escultora Cristina Iglesias.
Una beca del British Council le permitió establecerse en Londres y otra beca, la Fullbright, facilitó en el año 1981 su estancia en Nueva York.
Realizó su primera exposición individual en 1984 y dos años más tarde, en 1986, acude a la Bienal de Venecia. Fue el primer artista español que expuso en la Sala de Turbinas de la Tate Modern y recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas en España en el año 2000.
Además de la influencia de Mario Merz, artista con el que trabajó como asistente, Muñoz afirmó sentirse cercano a la obra de Jannis Kounellis.
En su trabajo es posible rastrear sólidas referencias a la Historia del Arte, vinculaciones literarias con la obra de José Luis Borges y reminiscencias del mundo de la magia y el ilusionismo.

     Poseedor de una estética personal, Juan Muñoz realiza una escultura narrativa de fuerte impronta conceptual e implicaciones psicológicas que incitan a la reflexión.
Sus instalaciones remiten a la tradición del tableau vivant y están conformadas por coreografías de esculturas-actores y decorados arquitectónicos que aportan a las figuras un marco de referencia.
Estudiadas escenografías teatrales que configuran realidades ambiguas y juegan con las perspectivas y las sombras. En ellas resulta fundamental la relación figura-contexto así como la dicotomía psicológica que provoca en el espectador la dualidad espacio real-espacio ficticio. El artista aclaró al respecto:

“Me gustaría que el espectador pudiera entrar en la obra de arte como un actor entra en su propia escena… Me gustaría que quien acude a una exposición, ya sea en un museo o en una galería, se comportara como lo haría un actor, un actor inmóvil”.


Conversación (1994)

Las figuras (solitarias, en pareja, grupos reducidos o en multitud) ignoran al visitante. Son acróbatas, bailarinas, enanos, muñecos de ventrílocuo, personajes de rasgos orientales… realizados en resina, bronce o papier-mâché. De rasgos físicos despersonalizados, rostros desdibujados y sin individualizar, se presentan ensimismadas y misteriosas, provocando extrañas atmósferas y una sensación de inquietud en el observador, que puede pasear entre ellas pasando a formar parte de la propia instalación como si de un elemento más del conjunto se tratase.

       A lo largo de su producción es posible observar la evolución de la figura humana. En la década de los años 80 es casi inexistente, si bien su ausencia no omite la presencia de la misma de forma indirecta. El protagonismo lo tienen los elementos arquitectónicos como los balcones deshabitados de la obra “Hotel Declercq” (1986). Posteriormente las esculturas, humanas de cintura para arriba, muestran la parte inferior semiesférica, bulbosa. Siendo características las llamadas “escenas de conversación”, constituidas por grupos de esculturas que, a pesar de encontrarse en pausa, parecen interactuar unas con otras. Finalmente, a mediados de los 90, la forma humana es total.                   


The Wasteland (1987)

     Fueron motivo recurrente en su obra los suelos ópticos e ilusorios conformados a base de motivos geométricos pintados o configurados por medio de baldosas. Ambientes que remiten estéticamente a las perspectivas de los cuadros renacentistas, a la arquitectura barroca (siendo ejemplo de ello el Palazzo Spada de Borromini, en Roma) y a los interiores domésticos de la pintura holandesa del siglo XVII de Vermeer de Delft, Pieter de Hooch o Jan Steen.
Entre ellas destaca The Wasteland (1987), en la que encontramos un muñeco de ventrílocuo realizado en papier-mâché sentado en una estantería de bronce. La ausente figura es de reducido tamaño contrastando con las dimensiones de la instalación, lo cual genera un espacio de fuertes connotaciones conceptuales. A ello se suman las distorsiones de la perspectiva del suelo que provocan sensación de inestabilidad y desorientación en el espectador.

      Aislamiento, imposibilidad de comunicación o ausencia total de ésta, soledad, alienación… Sentimientos todos presentes en su escultura y que llevan a reflexionar sobre la condición humana del individuo contemporáneo. Así, la carga psicológica de su trabajo, guarda vinculación con lo surreal y lo onírico pero también con la literatura existencialista. Siguiendo esta orientación resulta clarificador detener la atención en dos piezas de su producción: Una figura (2000) y Figura colgada (2001).


Una figura (2000)

       Una figura (2000) muestra a un hombre mirándose al espejo. Éste es un elemento que aparece con bastante frecuencia en su obra creando interesantes juegos espaciales, puesto que no sólo se refleja la figura, sino también el espectador y el espacio circundante. El espejo expresa la alteridad y, por otro lado, hace recordar reflexiones de la filosofía existencialista. Jean-Paul Sartre recoge en su novela La náusea (1938) varios momentos en los que el YO se enfrenta al espejo:

“En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa.
Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. 
La cosa gris acaba de aparecer en el espejo.
Me acerco y la miro; ya no puedo irme. Es el reflejo de mi rostro.
A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo.
No comprendo nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. 
El mío, no”.


Figura colgada (2001)

     Figura colgando (2001) es una pieza que provoca un fuerte impacto visual. Está suspendida en el vacío como por un truco de prestidigitador, colgando del techo por una cuerda que le sale de la boca en una posición forzada y en tensión que genera sensación de incomodidad en el observador. La configuración de pies y manos crea una composición escultórica en rombo o doble triángulo. La tensión y el desasosiego parecen invadir a la escultura y trasladarse luego al espectador.
El referente de la pieza remite directamente al pintor impresionista Edgar Degas y su óleo “Mademoiselle Lala en el Circo Fernando” (1879). Esta obra destaca por la destreza mostrada por el artista para captar lo fugaz del movimiento de la trapecista y congelarlo en el instante preciso. La figura femenina, en suspensión, realiza un número en el que con su boca se sujeta a una cuerda que forma parte de un aparato que la elevará a la cúpula del circo. Degas la capta desde un punto de vista bajo, en contrapicado, reminiscencia de la llamada perspectiva “sotto in sú” barroca.
De interpretación abierta, el significado de la figura humana grisácea de Muñoz es ambiguo para nosotros. Más allá del truco ilusionista podría tratarse de una metáfora sobre la reflexión existencial.

       Para Juan Muñoz “la obra es tanto la solución como su búsqueda”. Auténtico aserto artístico por el cual proceso creativo y resultado final constituirían las dos caras de la misma moneda.
La ubicación de sus esculturas en el espacio arquitectónico es fundamental, pues crea entornos psicológicos que implican de forma directa al espectador, que se enfrenta así a una obra enigmática y de contenido complejo que aborda los fantasmas que generan ansiedad y vacío en el individuo moderno. Su obra agita nuestra mente enfrentándonos a múltiples interrogantes.


Artículo publicado para Crac! Magazine Notas

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