Por tus dos ojos negros, tragaluces del alma,
Oh demonio implacable, no me arrojes más fuego.
Charles Baudelaire,
Las flores del mal
En la Europa de la segunda mitad
del siglo XIX tuvo lugar un resurgir espiritualista como reacción al
materialismo, al empirismo científico y al positivismo filosófico imperantes. En ese contexto se desarrolló el Simbolismo,
un movimiento que centró su auge entre 1885 y 1900. Aunque ha sido considerado
como fundamentalmente francés, lo cierto es que se extendió prácticamente por
todo el territorio europeo con diferente peso según el país y según también la
manifestación artística. Se trató de una corriente compleja, pues más que
presentar un estilo estético definido en sentido estricto supuso una actitud
intelectual y más aún una auténtica opción vital.
En 1886 el poeta Jean Moréas publicó
el manifiesto simbolista en el suplemento literario de Le Figaro. Poco antes, en 1884, vio la luz en París la novela A rebours, de Huysmans, libro de culto
para el Simbolismo francés que recoge el espíritu de extravagancia y decadencia
típico de fin de siglo: “Para deleite de
su espíritu y para regalo de su vista ansiaba algunas obras sugestivas, que le
lanzaran a un mundo desconocido…, que le perturbaran el sistema nervioso con
histerias eruditas, pesadillas complicadas, visiones lascivas y atroces.”
Hyusmans, por Odilon Redon |
Una de las
principales características del Simbolismo fue la estrecha vinculación entre
literatura (especialmente poesía) y arte. Los textos de escritores como Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé y Maurice Maeterlinck, entre
otros muchos, se convirtieron en referencia obligada para los artistas
plásticos de esta corriente. De hecho, algunos literatos simbolistas ejercieron
también una importante labor en el terreno de la crítica de arte, como fue el
caso de Baudelaire y sus Salones.
El Simbolismo aglutinó a
artistas heterogéneos poseedores de estéticas personales pero próximos en
cuanto a la reivindicación del valor de la subjetividad pura y de unos ideales cargados
de misticismo. Los creadores simbolistas defendieron un arte enigmático,
inquietante, oscuro, de atmósferas irreales, delirantes y ambientes de
pesadilla y alucinación. Exaltaron las doctrinas esotéricas y, algunos
sectores, incluso el submundo del satanismo. Este movimiento oscuro, excéntrico
y decadente también enalteció la imaginación, la importancia del inconsciente y
del mundo de los sueños. Lo onírico tuvo primordial repercusión en el arte del siglo XX y en
tendencias de vanguardia como la Pintura Metafísica y el Surrealismo. Además,
grandes artistas contemporáneos como Picasso, Kupka, Mondrian, Kandinsky y
Malevich comenzaron realizando obras de inclinación simbolista.
Los artistas y literatos del
Simbolismo presentan como tema recurrente en sus obras a la mujer encarnada en
la iconografía de la femme fatal. La
mujer fatal que ejerce una atracción irresistible sobre los hombres. Sensual y
atractiva pero perversa y peligrosa, seductora pero al mismo tiempo amenazante.
Féminas de labios lascivamente entreabiertos y cabellos ondulantes que atesoran
una sexualidad enigmática y peligrosa. Este tipo de belleza hechicera comenzó a
ser abordada en los lienzos de artistas como Everett Millais y Dante
Gabriel Rossetti, integrantes de la Hermandad
Prerrafaelita que surgió en Londres en 1848 y se disolvió pocos años más
tarde. Llamados así por el anhelo de retorno a la tradición anterior a Rafael,
los Prerrafaelitas escandalizaron a la Inglaterra victoriana por convertir en
protagonistas de sus lienzos a mujeres pelirrojas de voluminosas cabelleras,
pues se consideraba de forma ambivalente que el rojizo del pelo evocaba al
demonio y al mismo tiempo era sinónimo de energía sexual.
Lady Lilith (1868, Dante Gabriel Rossetti) |
Los versos de Baudelaire que encabezan
este artículo también vinculan lo femenino a lo diabólico y lo demoniaco. En Las Flores del Mal (1857) el poeta se
refirió a la mujer como reina del pecado, como maldita, fría, implacable y
cruel.
La primera
“reina del pecado” y femme fatale de
la Historia de la Humanidad fue la figura bíblica de Eva, acusada de traer el pecado
original al mundo después de convencer a Adán de comer la manzana prohibida que
tentadoramente ofrecía el demonio convertido en serpiente. La figura de Eva, y
por extensión de toda mujer, ha sido asimilada y vinculada en numerosas
representaciones a la serpiente. Franz
von Stuck en su obra El pecado (1893)
mostró a la mujer como ser seductor y poderoso, atrayente y fatal. En esta
imagen las serpientes se funden con el cuerpo femenino.
El pecado (1893, Franz von Stuck) |
El significado primigenio que mostraban determinadas
figuras bíblicas femeninas fue alterado con el surgimiento de estas
iconografías de la mujer fatal. Es el caso de Salomé y de Judit, a las que se
cargó de contenido erótico.
Salomé pasó a ser paradigma
de dominio sexual y psicológico sobre los hombres. Su figura aunó la tríada
religión, erotismo y muerte, por ello se convirtió en un tema predilecto para
los artistas y literatos del Simbolismo.
El
dramaturgo Oscar Wilde escribió una tragedia reversionando la historia bíblica.
La Salomé de Wilde tiene un final funesto en el que el Rey Herodes, obnubilado
por los encantos de su hijastra y la lasciva danza que ejecuta para él, ordena
decapitar a Juan el Bautista, éste en la versión de Jokanaán, el Profeta. La
pasión obsesiva de Salomé se refleja en el texto: “¡Ah! Yo he besado tu boca, Jokanaán. Yo he besado tu boca. En tus
labios había un gusto amargo. ¿Era el gusto de la sangre? Pero quizás era el
gusto del amor... Dicen que el amor tiene un gusto amargo...”.
Finalmente,
después de la decapitación de Jokanaán, Herodes manda a los soldados que maten
a Salomé.
El
artista Aubrey Beardsley realizó los
dibujos para la edición del año 1893 de este texto de Wilde. Jokanaán rechaza a
Salomé en varias ocasiones a lo largo de la tragedia y se expresa en estos
términos: “¡Mujer de Babilonia! Por la
mujer vino el pecado al mundo. No me hables. No te escucharé.”
Beardsley
mostró en sus ilustraciones a una Salomé pérfida, sádica y destructora por
medio de una estética del arabesco y de líneas estilizadas que gusta de la
curva sinuosa y del decorativismo a base de motivos de animales, hojas y flores
de tendencia modernista. El protagonismo recae en la línea y en el marcado contraste
entre blancos y negros.
Ilustración para Salomé de Oscar Wilde (Aubrey Beardsley) |
La otra figura femenina bíblica
protagonista es Judit, quien decapitó con su espada al general asirio
Holofernes para salvar a su pueblo. El cambio de significado de esta figura se
inspira en la tragedia de Hebbel, de mediados del siglo XIX, en la que Judit corta
la cabeza de Holofernes no por patriotismo sino por venganza después de que
éste la hubiese violado.
Gustav Klimt tradujo en muchas de sus obras esa idea
de la mujer y de su feminidad amenazante. La Judit I (1901) de Klimt presenta mirada lasciva, labios rojos, boca
sensualmente entreabierta y un pecho descubierto. Es habitual que
iconográficamente sea confundida con Salomé a pesar de incluirse el título en
el lienzo. Ambas figuras bíblicas guardan similitudes y también diferencias,
pues Judit mató con su propia mano a Holofernes, mientras que Salomé decapitó a
Juan el Bautista de manera indirecta obligando a que matasen por ella. Para
Klimt estas mujeres simbolizaban la metáfora de la lucha de sexos. Consciente
de su poder sexual, la mujer encarnaría la parte activa de la relación y el
hombre, la víctima, sería la parte pasiva.
Judit I (1901, Gustav Klimt) |
Salomé
y Judit, como vampiresas bíblicas, aúnan el deseo sexual (Eros) y el instinto
de muerte (Tánatos). La imagen de la mujer fue símbolo habitual para ilustrar
la figura de la Muerte. Un artista como Félicien
Rops representó a la Muerte vestida de mujer en varias ocasiones mostrando sus
obras un tono erótico-macabro muy marcado. Rops fue uno los fundadores del
grupo de Les Vingt (1883-1893)
que mantuvo estrecho contacto con la comunidad sectaria de los Rosacruces, un movimiento esotérico de
origen medieval, reformado en el siglo XIX por Josephin Péladan, escritor y
crítico de arte, aficionado a la magia, el esoterismo y el ocultismo. La obra
de Félicien Rops es provocadora, licenciosa y anticlerical. En Iniciación sentimental (1887) identifica
a la Muerte con una anatomía de mujer e incluye una inscripción en latín de San
Agustín que reza las siguientes palabras: “el
poder del diablo reside en las caderas”. De nuevo lo femenino como demoniaco
y la mujer como ser fatídico para el hombre por su insaciable sexualidad.
Iniciación sentimental (1887, Félicien Rops) |
El hombre teme a la mujer sexual
poseedora de un erotismo siniestro y perturbador. La mujer era considerada como
una amenaza seductora dispuesta a devorar a su presa. En este sentido fueron
habituales las iconografías que la personalizaban en monstruos mitológicos como
sirenas y arpías, seres híbridos que constituían una tentación letal para los
hombres engañándoles y conduciéndoles a la muerte. Entre ellos destacó la
esfinge, criatura semifemenina con cuerpo de león alado y cabeza de mujer. Para
los egipcios tenía cabeza masculina, la civilización mesopotámica le incorporó
las alas y la cabeza femenina, y Grecia completó la iconografía añadiéndole
pechos. La esfinge formulaba acertijos a los viajeros y si no obtenía respuesta
los devoraba.
En
la obra La esfinge victoriosa (1868)
de Gustav Moreau se ven los cadáveres masculinos a los pies del triunfal monstruo.
También
Oscar Wilde escribió un relato titulado La
esfinge sin secreto (1891) en el que el protagonista se enamora de una bella
dama envuelta en un halo de misterio que a lo largo del texto se verá que no es
tal, por ello y de acuerdo a la asimilación de la mujer con ese ser fabuloso,
se trataba de una mujer/esfinge sin secreto. Charles Ricketts lo ilustró en unas obras dominadas por la línea
sinuosa y en las que fusiona tipografía, ornamento y figuras.
Ilustración para La Esfinge de Óscar Wilde (Charles Ricketts) |
La iconografía
de la femme fatale en el arte y la literatura simbolistas recurre al tópico de
la mujer como perdición del hombre y como rasgo esencial del eterno femenino. Esta imagen se repite también en el
siglo XX en las cocottes berlinesas
del expresionista alemán Ernst Ludwig Kirchner y en
el cine negro americano clásico plagado de féminas como Gilda, una vamp capaz de dominar al varón mediante
su atractivo sexual. Es la Vampiro de
Munch y la vampiro de Las flores del mal de
Baudelaire:
¡Para ti el
mundo entero cabe en tu alcoba,
oh mujer de
impureza! Te hace cruel el hastío.
Para tan raro
juego que ejercite tus dientes
necesitas morder
corazones a diario.
Y a la luz de
tus ojos, como tiendas radiantes,
como tejos que
brillan en las fiestas solemnes,
usan con
insolencia de un poder que no es suyo
ignorando la ley
que posee su belleza.
¡Ciega máquina
sorda, en crueldades fecunda!
Saludable
instrumento, oh vampiro del mundo.
Vampiro (1895, Ervard Munch) |
Bibliografía:
BAUDELAIRE,
C.: Las flores del mal. Colección
Austral, Editorial Planeta, Barcelona, 2011.
FERNÁNDEZ,
B: Lágrimas de Eros. Guía didáctica
de la exposición homónima del Museo Thyssen-Bornemisza. Edita Fundación
Colección Thyssen-Bornemisza y Fundación Caja Madrid, 2009.
FERNÁNDEZ
POLANCO, A.: Fin de Siglo: Simbolismo y
Art Nouveau. Historia 16. Madrid, 2000.
WILDE,
O.: La Esfinge sin secreto. Feedbooks
edición on-line.
WILDE,
O.: Salomé. En versión digital por
Librodot.com.
WOLF,
N.: Simbolismo. Taschen, Köln, 2009.
Artículo publicado para CRAC! Magazine # 12 CORRIENTES ESPIRITUALISTAS
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